Las
luces del cine se encienden y entonces el silencio y la congoja se apodera de
nosotros durante unos minutos.
-¿Te ha gustado?- me preguntan.
-No lo se- respondo yo.
Pasan los minutos y la mente se descongestiona, poco a poco. Recuerdo algunas
escenas, me estremezco y es ahí cuando contesto:
- Sí, me ha gustado. Y mucho además.
Querido Almodóvar, hago las paces contigo. Me rindo. Me has ganado, ya está,
lo he dicho. Si bien es cierto que su filmografía de los años 80 y 90 no
es santo de mi devoción, (Matador, La ley del deseo, Átame, Tacones Lejanos,
Carne trémula...),la última década ha conseguido depurar su técnica, (la suya
propia), reinventarse a sí mismo y perfeccionarse hasta la maestría con títulos
como Todo sobre mi madre, Hable con ella, Volver, (genial) o Los abrazos rotos.
En la Piel que habito vuelve a demostrar su genialidad con una cinta íntima y
grotesca, cruel y despiadada que, si bien podría rozar lo esperpéntico, no cae
en la deshonra debido, seguramente, a lo bien contada que está, con dos partes
muy diferenciadas que se complementan a la perfección y con un desarrollo
absolutamente sorprendente que deja entre ver, eso siempre, que ésta es una
cinta de Pedro. Al final llega esa sensación almodovariana que uno siente en
todas sus películas. Todo un logro. Y un síntoma de que este hombre es un genio.
A destacar los actores. Todos. Antonio Banderas borda un papel que suena a
Goya y que logra, por primera vez, poner de acuerdo a los críticos ante su
grandísima interpretación. Elena Anaya, enorme, que sale del entuerto por la
puerta grande y Marisa Paredes y Jan Cornet, secundarios de lujo que estarán
presentes, si de verdad la Academia y Almodóvar están reconciliados, en la lucha
por los Goya. Al igual que la música, compuesta por el gran Alberto Iglesias,
(no podía ser otro) y que se pasea por la película a sus anchas con una
perfección absoluta.
Una de las grandes películas del año que dará que hablar durante un
tiempo.
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