El cine siempre termina
brillando. Esto es lo que he pensado después de ver que entre las candidatas a
las Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid, uno de los festivales con más
solera de Europa, se encuentra la nueva y esperadísima película de Jacques
Audiard, De óxido y hueso,
protagonizada por Marion Cotillard, una de las mejores actrices del panorama
interpretativo actual.
Termina brillando a pesar de la
crítica que hizo –con razón- la Asociación de la Prensa de Madrid a los
organizadores que han establecido un canon de treinta euros a los periodistas
por acreditarse. Pagar por informar es un ataque a los principios del
periodismo y merma el derecho a la libre información.
Y termina brillando aunque este
festival de cine parece que se ha rendido con servilismo ante el peor ministro de
educación y cultura que ha tenido este país desde que se acabara la dictadura
de Franco. José Ignacio Wert es la cara de este desgobierno que ha incrementado
el IVA para los productos culturales como el cine a niveles en los que no está
en ningún país de Europa, hasta el 21%, como si la cultura fuera un artículo de
lujo o un entretenimiento liviano, obviando los bienes sociales e incluso económicos que una sana industria
del cine aporta a un país. Pero es que este país, esta triste España mía, no
goza de buena salud. Aunque hay gente,
cada día más, que se niega a formar parte de esa mayoría silenciosa y ciega.
Por fortuna, la verdad. Entre esa gente que se niega a ir por el camino
establecido había el sábado, el día que se inauguró la Seminci, unas quinientas
personas que abucheaban y pedían a voz en grito y cacerola en mano la dimisión
de este personaje tenebroso que es el ministro de la wertgüenza. ¿Y qué ocurrió?
Que había un grupo de mariachis para intentar acallar esas protestas. Para que
lo que no gusta no suene. Debería haber habido, en vez de mariachis mexicanos (que
ya tiene guasa) un grupo de personas tocando la pandereta, que hubiera sido más
acorde a la patética situación.
Este Festival es uno de los más
comprometidos con el cine de autor, con el cine social, un cine más pequeño
alejado de los grandes taquillazos que acostumbra a tratar temas más
peliagudos, a dar voz a minorías, o a plantear problemas reales de esta Europa
decadente. Los organizadores han visto como tenían que recortar su presupuesto
de 3,5 millones de euros de 2009 a dos millones en la presente edición. Por
eso, deberían haberse negado a que el ministro de cultura pisara una alfombra
roja que no merece. Por eso, en vez de intentar acallar las voces de los que
pedían su dimisión, tendrían que haberles puesto altavoces. Porque la cultura no se vende.
Menos mal que el cine, el buen
cine, termina brillando.
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