Estamos en el mes del cine por excelencia.
Durante el verano la cartelera suele flojear, pero con la temporada de premios
en su momento álgido, las películas apetecibles colman las salas y los cinéfilos
tenemos muchas tareas pendientes. Porque ser cinéfilo –o gustar del buen cine,
como mínimo- es también estar al tanto de los premios y los premiados. Y este
año, los Goya y los Oscars se presentan interesantes y previsiblemente intensos.
Si no en lo que al nivel se refiere, sí al menos en lo que pueda ocurrir en las
ceremonias, que es (casi) cualquier cosa. Ya saben, ¿ganará The artist o La invención de
Hugo? ¿Ganará George Clooney o Jean Dujardin?
Lo único que parece claro es que Meryl
Streep merece, de una vez por todas, su tercer premio Oscar. Parte como
favorita, sí, aunque tampoco tiene todas consigo, y puede que ese preciado
premio se le escape entre los dedos y vaya a parar a Michelle Williams, en la
que es su tercera nominación, o a Viola Davis, que se ha llevado el SAG por
Criadas y señoras.
Pero la industria cinematográfica y los
académicos de Hollywood deberían premiar a Meryl por su interpretación en La dama de hierro, la película de
Phylidda Lloyd en la que da vida a Margaret Thatcher. Meryl lo ha vuelto
a hacer, ha vuelto a superarse a sí misma en un ejercicio que va más allá de la
mímesis para dejar boquiabierto al espectador incluso más frío y escéptico. Un
ejercicio interpretativo magistral, que se sustenta en las miradas, en los
gestos y en la voz. Complejo y acertado.
Pero este Oscar merecido debería, además, llevar
su nombre, por las no pocas veces que la academia de Hollywood ha sido injusta
con ella. La última fue hace dos años, cuando la estatuilla fue a parar a las
manos de Sandra Bullock (¡menudo chiste!) por un papel que no era mejor que el
de la Streepen Julie&Julia.
Un Oscar, el de este año que, en caso de llegar,
llegará 30 años después del anterior. 30 años en los que la actriz nos ha dejado
alguna de las mejores interpretaciones femeninas de todos los tiempos y en todos
los registros. Porque está claro que Streep mejora con los años, que su
expresividad no se ve mermada por el bótox –cuantas se están echando a perder-,
que su versatilidad se agudiza con el tiempo, explorando otras pieles y
otros corazones, para insuflarles alegría o tristeza, en unos casos fuerza, en
otros, amor u odio. Pero siempre vida. Porque confiere un oxígeno a sus
personajes que les da la veracidad necesaria en casa caso.
Meryl Streep debería ganar este año
interpretando a una mujer que no fue nada amable, pero sí firme y trabajadora,
eso es innegable. Meryl Streep que durante décadas se ha mantenido al pie del
cañón, apostando con fuerza por aquello en lo que siempre ha creído hasta
convertirse más que nunca en una dama de hierro que destila humanidad y
sencillez, que siempre se ha mantenido al margen de extravagancias de diva y ha
derrochado una exquisita elegancia. Sin duda, ella es la dama de hierro, la dama
del cine.
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