Este fin de semana me han puesto delante de los
ojos algunas diferencias entre el norte y el sur. Diferencias a nivel económico,
social, político. Diferencias a nivel humano también. Pero como esto es una
página de cine, he buscado esas diferencias norte-sur en el séptimo arte, sobre
todo, porque he tenido la oportunidad y la suerte de poder asistir a dos de los
festivales cinematográficos más importantes de España. Estuve, el pasado
octubre, en la última edición de la Seminci de Valladolid y regresé hace unos
días del 15º Festival de Cine Español de Málaga. Las diferencias que os traigo
aquí son anecdóticas, nada tienen que ver con las otras que mencionaba al
principio. Pero de algún modo, son un buen ejemplo de las diferencias del norte
y el sur que encontramos, incluso, dentro de España y dentro del cine.
Es obvio que los dos festivales son completamente diferentes, tanto en el fondo como en la forma. Mientras que el de Málaga lleva 15 ediciones (digamos que está en plena adolescencia) el de Valladolid lleva 56 años, y ya conocen el dicho: “sabe más el diablo por viejo que por diablo”. En el de Andalucía “sólo”se ven películas nacionales, mientras que en el de Castilla, pudimos ver, en esta última edición, producciones, además de españolas, otras que vinieron de Francia, Italia, Bélgica, China, Israel, Canadá o Finlandia, incluso dos de ellas, Profesor Lazhar e In Darkness, consiguieron nominación en los últimos Oscars. Pero no es esto, tampoco, lo que quiero destacar. Lo que me ha llamado la atención, sobre todo, es el carácter.
Sí, el carácter. Porque más allá del tipo de
cine, el tipo de público es completamente diferente. En
Valladolid no se cortan demasiado si una película no gusta y patalean
–literalmente- en la sala para demostrarlo. Tengo la sensación de que son más
exigentes, entiéndanme, no quiero desprestigiar, en absoluto, ni a unos ni a
otros, simplemente poner de manifiesto mis percepciones. Y el nivel de
cinefilia y gafapastismo era mayor en la Seminci. Las películas, en el
norte, son más dramáticas, casi todas dramáticas. Si asistí a nueve
proyecciones, presencié nueve dramas. En algunos se aplaudió, en otros fue ni
frío ni calor, alguna pataleta hubo cuando acabo alguno de los filmes. Y eso que
estamos hablando de directores de la talla de Nanni Moretti o los hermanos
Dardenne.
En Málaga la cosa ha sido más amable. Muchos
debutantes, algún ídolo de jovencitas, un poquito de cine púber y palomitero,
algún drama descafeinado y también comedia, como Carmina o revienta, la
ópera prima de Paco León, un falso documental que consiguió la Mención especial
del Jurado y el Premio a la Mejor Actriz para la “primeriza” Carmina Barrios.
Pero lo más increíble de todo fue que tras el pase de la película (una película
divertida y enraizada, una película andaluza “por los cuatro costaos”) es que el
público allí presente se levantó, se puso de pie y ovacionó al director y a la
actriz. Ovacionó de verdad. No aplausos y ya. Fue algo
increíble, de verdad, en un nivel “semanasantero”,podríamos decir. Tanto que
Carmina se puso a llorar. Y el público, ya de paso, también. Muy
emocionante.
Y es que, por mencionar diferencias, hasta el
tiempo es diferente. En Valladolid se celebra en octubre, y hacía bastante frío
y lluvia. Pero quericas tapas nos comimos. En Málaga hacia un sol que daba hasta
pena meterse en la sala. En fin, dos festivales completamente diferentes y como
esto es cine, ganamos todos, ganamos siempre. Tan sólo hay que saber en cuál de
ellos se encaja mejor. Aunque los amantes del cine, seguro, disfrutaran de
ambos. Yo, al menos, así lo he hecho. En definitiva, unas diferencias que son
una prueba de la riqueza y de la diversidad de nuestro país. Lástima que no todo
el mundo sepa apreciarlas.
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