miércoles, 26 de diciembre de 2012

La fila 11: La cara y la cruz de 'Argo'


Argo se presenta como una de las grandes apuestas de cara a la temporada de premios (para empezar, ya ha conseguido 5 nominaciones en los Globos de Oro) y seguramente es la consolidación como director de Ben Affleck en la que es su tercera película.

Estamos ante un thriller trepidante desde el principio, y eso es, quizás, lo mejor de Argo: que no da tregua.  Hay que destacar también otras cosas positivas de la película: la ambientación, que es magnífica; hacer que parezca sencillo lo que realmente es muy complejo gracias a la manera en la que se cuentan las cosas en el guión; las interpretaciones son todas correctas –que no brillantes- exceptuando, precisamente, la del propio director, que es también el protagonista y que nunca ha terminado de convencerme como actor. Que alguien le diga a Ben Affleck que deje de actuar de una vez por todas y se dedique a dirigir en exclusiva, que lo hace mucho mejor.

La historia, quizá por inverosímil más real que la ficción, es la de seis diplomáticos estadounidenses que tuvieron que ser rescatados de Irán haciéndose pasar por un equipo de cineastas canadienses en 1979, cuando los seguidores del Ayatolá Jomeini  ocuparon la embajada yanqui para pedir la extradición del Sha de Persia, en uno de los momentos de máxima tensión entre ambos Estados.

Con pequeños toques de humor gracias a los tejemanejes de los productores de Hollywood (dios salve a Alan Arkin), tiene también una parte dramática innecesaria, la de ese padre heroico separado de su hijo. Pero sobre todo tiene tensión, una tensión sincera que es lo que engrandece la película, la que hace que haya un momento en el cine en el que sientas cómo el corazón se acelera, en el que deseas que se acabe o terminarás gritando por no poder aguantar el ritmo. Por eso merece la pena.

Después del visionado, y siendo sincero, os diré que le busqué los “peros” y le encontré tantos que se me amargó el buen sabor de boca. Para empezar, los minutos finales, que amenazan con estropear el conjunto. Un epílogo dulzón que es casi imposible de digerir, incongruente, en ese intento de hacer la película “para todos los gustos”, “para él y para ella” que sólo consigue desprestigiar los productos cinematográficos made in Hollywood. Esta no es una película para comer palomitas, porque con el ritmo del thriller corres el riesgo de atragantarte, pero parece que a Affleck le pesa demasiado la nacionalidad capitalista y parece que al final se vende para vender. Lástima.  

Tampoco terminó de agradarme la visión que se da del pueblo iraní, eterno enemigo de Estados Unidos y que Affleck  expone como si de demonios se tratara, de burdos malvados y salvajes que queman una bandera estadounidense al principio, la misma bandera que ondea reluciente al final, porque los estadounidenses son todos angelitos benevolentes que desean la paz y el desarrollo para todo el mundo. A punto están de sobrevenirme vómitos. Tan carente de matices me parece, de un reduccionismo tal que lo mejor es obviarlo para no echar por tierra una película que merece la pena ver, de verdad, aunque dista bastante de ser la obra maestra que muchos decían que era.

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