Y es que
París es el personaje principal de esta bonita historia. Un París bohemio, que
reparte arte por cada esquina y que ejemplifica ese arte hasta en el magnífico
cartel promocional, uno de los mejores que se han publicado en los últimos años.
Un París que nos presenta a sus más ilustres personajes, propios y ajenos, y que
nos muestra la ciudad en sus mejores años. Woody Allen escribe y dirige
una historia bohemia que, previsiblemente,es una de las mejores historias sobre
la ciudad del amor.
Pocas cosas
fallan en la cinta, un guión sorprendente y original, que casi con total
seguridad se llevará la nominación al Oscar, y una fotografía con colores claros
y afrancesados. Un sonido de saxos al más puro estilo Allen y una gran puesta en
escena. Lástima del reparto. Marion Cotillard, guapísima en su personaje de los
años 20 y Rachel McAdams son las únicas que se salvan de la quema. Owen Wilson,
que nunca ha sido un buen actor, desprovecha la oportunidad de su vida al tratar
de imitar en gestos y balbuceos al mismísmo Allen, ¿como se atreve?, es una pena
porque hubiera quedado infinitamente mejor si hubiera hecho de sí mismo. Lo de
Adrien Brody ya es otra cosa. Lo suyo es una burda, triste y patética imitación
del gran Salvador Dalí que chirria hasta decir basta y desmerece parte del
trabajo de toda cinta. Brody juega con fuego y se quema en la que es una de las
peores interpretaciones que he visto últimamente.
Mención
especial merece Sonia Grande, nuestra diseñadora de vestuario
más internacional, que no defrauda y una vez más acierta en el complejo
mundo de Allen, como ya hizo en Vicky, Cristina, Barcelona.
No es la
mejor cinta del neoyorkino, pero si que entra dentro del selecto grupo de las
mejores. Algo bastante destacable sobre todo después de sus últimos tropiezos
incluyendo la desafinada Match Point, muy valorada por muchos pero carente de
calidad. Parece que Woody vuelve a refinarse, ojalá fuera cierto.
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