viernes, 9 de diciembre de 2011

La Conspiración, de Robert Redford



Todos conocemos ese tipo de películas en las que al empezar se comete un delito, (asesinato, generalmente) y toda la trama gira alrededor de un juicio, en ocasiones eterno, que termina con el discurso emotivo y radical de un abogado hacia el condenado. Sobre esa tipología en concreto, conviene advertir que existen dos variantes. Las primeras, a las que personalmente llamo “películas pre-siesta” y que son la mayoría, son aquellas que suelen emitirse en televisión en horario de sobremesa y que son tremendamente soporíferas, esas cintas largas y aburridas carentes de emoción y cuyo objetivo fundamental es hacernos dormir plácidamente hasta que el discurso final de ese abogado nos despierta y nos hace darnos cuenta de que hemos vuelto a caer en las redes de Morfeo. En el segundo grupo están las obras maestras. Esta película entra dentro de esta última familia.
La conspiración relata el juicio que se produjo a raíz del asesinato del presidente de EEUU, Abraham Lincoln, pero centrándose en la lucha de una madre por su propia inocencia, condenada a morir ahorcada por colaborar en la conspiración creada para el magnicidio. Muy interesante además los momentos históricos que nos brinda, con un Lincoln agónico trasladado a una casa particular y los momentos angustiosos que vive un gobierno en estado se shock tras la muerte de su presidente.
Todo en la película es puro arte. Se nota que Robert Redford se ha ido refinando con el paso del tiempo. Si en gente corriente conseguía el Oscar y el respeto de crítica y público y en el río de la vida lograba una perfecta armonía entre el mundo estético y el mundo narrativo, es en la conspiración donde consigue que el placer inunde nuestras retinas con la bella fotografía y el perfecto montaje. Jamás había visto un Washington de finales del siglo tan visualmente atractivo y atrayente. Realmente te invita a pasear por esas calles y disfrutar con cada segundo que se muestra en la cinta.
Tal vez sea por ese seductor ambiente, la cinta no se antoja pesada y gracias a su cuidada estética otorga cierto grado de complejidad a una historia quizás demasiado simple. Es en eso precisamente donde la película pierde puntos. Muestra un exceso de “clichés” demasiado evidentes que nublan la perfecta armonía de su fotografía.
Tampoco se entiende como Redford no ha contado con actores más conocidos que le hubieran dado más importancia a la cinta y también más calidad interpretativa. Mencionar a Robin Wright, que interpretó al amor eterno de Forrest Gump y que se muestra perfecta como Mary Surrat, la mujer condenada y a Evan Rachel Wood, digna de mención y que en España algunos la conocemos por el papel de Reina Sophie-Ann en la serie True Blood. El mas desaprovechado es sin duda James McAvoy, que si bien no desafina, si parece bailar en algunas ocasiones.

Es, resumiendo, una película visualmente perfecta y entretenida, muy al estilo de otras cintas como JFK o Kramer contra Kramer y todo un ejercicio de historia americana que de vez en cuando nos gusta ver en el cine. Muy recomendable.

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